Wednesday, September 15, 2004

¡Resucitad a los adoquines!

¡Resucitad a los adoquines! clamaban las multitudes enfervorecidas de medio mundo ante el atónito otro medio. La revolución pro-lítica había comenzado.

Las masas coreaban gritos de apoyo y de solidaridad hacia las piedras en general y los adoquines en particular, elegidos éstos como símbolo de la protesta que poco a poco había ido germinando en las almas de las gentes ante el desprecio y mal trato que sufría la piedra por parte de personas desalmadas y de poco corazón, poco proclives a aceptar el más mínimo respeto, consideración y amor por el reino lítico.

Existían los derechos humanos y había sociedades protectoras de animales y plantas, pero las piedras carecía de la más mínima y elemental protección. Nadie proyectaba proyectos protectores para piedras. El abandono y desamparo en que se encontraban era desolador.

Por esta misma razón fue elegido el adoquín como símbolo de la revolución lítica. La mayoría de los elementos de su especie había sido enterrados vivos bajo ardientes capas de alquitrán, relegándolos a un olvido casi total y a un ostracismo de la mayor crueldad, negándoles cualquier oportunidad de desarrollo, tanto físico como mental.

Semejante opresión oprimió muchos corazones e intelectos. Filósofos, pensadores, artistas y gentes sensibles pronto iniciaron tareas de investigación sobre semejante atropello (litocidio lo llamaron algunos) y publicaron proclamas en defensa de la dignidad del adoquín, las cuales prendieron prontamente piras de indignación popular que condujeron al estallido revolucionario.

Las lapidaciones comenzaron a sucederse (éste fue el sistema elegido para eliminar a los enemigos de la revolución) de forma incesante, y en poco tiempo, alcanzó el triunfo la libertad pétrea.

La Humanidad seguía su curso de mano de las piedras.

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