Un mundo de clima templado merced a la energía atómica
¿Hemos empezado a darnos cuenta de lo que significa la energía atómica en la plenitud de su desarrollo?
En la elementalidad de nuestro pensamiento nos hemos entregado a meditar en cómo esta fuente de energía puede contribuir a realizar más fácilmente las cosas que son parte de nuestra vida cotidiana. Pensamos especialmente en nuestras máquinas y aparatos de toda clase, accionados por la fuerza atómica.
¿Qué es lo que en la actualidad imprime dificultades a nuestra existencia?Seguramente, el hecho de que no poseemos el control sobre lo que hemos dado en llamar
"naturaleza".
Padecemos sequías cuando queremos lluvia, tormenta cuando desearíamos un cielo sereno; muchas gentes se derriten de calor en tanto que otras tiritan de frío.
Todo ello se debe a nuestra incapacidad de regular el sistema de calefacción en el mundo entero.
El Sol es el que controla su sistema
Necio sería en verdad el abrigarnos en una casa con todas las chimeneas encendidas en tiempo caluroso, y en lanzarnos, por el contrario, a la calle durante un frío glacial, limitándonos a mantener sólo en contadas ocasiones una temperatura agradable dentro de nuestras habitaciones.
Con todo, esto es lo que hacemos los mortales, y el Sol, por otra parte, es el que causa todas esas alternativas de lluvia, tormentas y niebla.
Más hoy podemos contar con nuestro propio sol, o una serie de soles diminutos, ya que cuando atomizamos una substancia producimos luz y calor de la misma naturaleza que el producido por el Sol.
En verdad, estamos más cerca de poder producir esos soles minúsculos que de someter dócilmente la energía atómica para su utilización como fuerza mecánica.
En la cima de las colinas y en la techumbre de las montañas es factible instalar pequeñas estacions atomizantes con las cuales esparcir la cantidad de luz y calor que convenga a nuestros planes. Si lo que queremos es lluvia, todo será cuestión de reducir la temperatura unos cuantos grados: la lluvia descenderá sobre nosotros, y la precipitación será la que se haya calculado de antemano.
Este método habrá de afectar, sin embargo, a toda la Tierra.
En la posición actual, el Sol calienta el aire en determinadas regiones, haciendo que las capas de aquél se remonten y que otras masas de aire se precipiten a llenar el vacio así causado. El fenómeno se traduce en depresiones, en tifones y otras formas de perturbación que, como es sabido, trastornan los proyectos del hombre.
La rotación de la Tierra ejerce también su influencia en los vientos y en la agitación del aire en general.
Importa, sin embargo, que no empeoremos la situación al dejar que una nación regule la temperatura del aire sobre su propio territorio.
El plan tiene que ser universal
El plan debe abarcar al mundo entero. Las estaciones atomizantes habrán de servir para controlar -y en cierto modo para contrarrestar- el efecto del Sol.
Habrá que calentar el aire en las zonas más frías de la Tierra. El aire, así, se remontará fluyendo desde las zonas templadas o cálidas. De esta manera se logrará regular el flujo del aire en todo el mundo, y la atmósfera excesivamente recalentada en los trópicos será arrebatada y se
enfriará en los climas más templados, volviendo a calentarla por medio de la fuerza atómica, cuando se observa que el enfriamiento es excesivo.
Por este procedimiento se conseguirá mantener un flujo regulado de aire a una temperatura razonable en todo el planeta.
Las posibilidades de progreso en este orden de cosas son, desde luego, ilimitadas.
¿Quién habrá de preocuparse ya de toda esa compleja maquinaria que hoy necesitamos para producir luz y calefacción, cuando una y otra podrán obtenerse fácilmente por medio de esas estaciones atomizantes? La oscuridad se logrará, sencillamente, cerrando las ventanas o bajando las cortinas, y si a uno se le ocurre leer por la noche, todo lo que tendrá que hacer será subir o correr las cortinas o abrir las ventanas.
Es posible que la energía atómica se emplee para controlar la
"naturaleza" de este modo, antes de emplearla en la producción de fuerza mecánica.
¡Qué maravilla no será el poder controlar la temperatura y la lluvia y desterrar para siempre el temor de tormentas y de niebla!
Se argüirá tal vez que esto habrá de producir una raza decadente sobre la Tierra.
¿Acabaremos todos por ser una raza plácida e indolente como las de los climas cálidos? Esta consecuencia del progreso humano desvanecerá, por lo menos, toda idea de guerra, ya que las gentes endurecidas que habitan los climas fríos son siempre las que han causado las guerras como medio de preservar o dulcificar su existencia.
Dése al mundo un clima mejor, y todos tendremos lo que necesitamos sin que haya para ello que apelar a la guerra.
General Giffard Le Quesne Martel, 1945