Orhan Pamuk ha demostrado con Snow, su sexta novela, que es uno de los valores más sólidos de la literatura contemporánea. Gran conocedor de la cultura occidental, ha sido comparado con autores de la talla de Kafka o Dostoievsky.
Snow funciona como un todo armonioso donde se dan cita distintos niveles de lectura: política, artística, e intelectual. Simbolizadas por la nieve, tristeza y belleza, pasean juntas a lo largo de todas las páginas.
Ka visita Kars, situada al Noroeste de Turquía junto a Armenia, para escribir un reportaje sobre los preocupantes suicidios de jóvenes mujeres turcas y cubrir las inminentes elecciones políticas.
El motivo real, sin embargo, es una mujer: Ipek. Se ha enterado en Estambul de su reciente separación y alberga la esperanza de conquistar su amor.
Con estos elementos y con las turbulencias políticas de Turquía -condenada eternamente a vivir a caballo entre Oriente y Occidente- Pamuk elabora esta elegante novela de acción, una exótica historia de amor e intriga.
Es habitual en el relato que nuestro protagonista salga del hotel con un destino concreto, pero invierta horas en llegar tras los numerosos y peligrosos avatares con los que se encuentra. Al parecer la ciudad entera está al tanto de su llegada y todos quieren dar su opinión sobre los tristes suicidios de las jóvenes. Sienten gran curiosidad por el forastero que vivió su infancia en Estambul. Demuestran asimismo una enorme desconfianza natural hacia Ka, al fin y al cabo un renegado que vive en Frankfurt, un ateo que se pasea envuelto en un carísimo abrigo que ningún habitante de la histórica ciudad, que vivió sus años de esplendor durante el Imperio Otomano y el Ruso, se puede permitir.
Ka conocerá militares, policías, líderes políticos, islamistas, se entrevistará con todos ellos y será testigo del asesinato del Ministro de Educación, que ha tenido la osadía de prohibir a las jóvenes cubrirse con el velo islámico en la escuela. La dramática conversación que sostienen la víctima y el asesino, segundos antes de que éste dispare el gatillo, es digna de estudiarse con atención.
La absoluta falta de frivolidad a lo largo de todo el libro exige un esfuerzo mayúsculo a la mente occidental, habituada a llenarse la cabeza de nimiedades que la mantiene todo el día ocupada. Sin embargo, si mediante la concentración, conseguimos liberarnos de nuestra pesada e inútil carga, Pamuk nos muestra con extraordinaria sutileza las profundidades del alma humana, la vulnerabilidad de sentimientos tan intensos como el amor, la belleza, el misterio del sexo o la necesidad de la Trascendencia.
El problema de la existencia de Dios parece obsesionar a los países orientales, ha sido objeto de numerosas polémicas y ocupa un lugar prominente en esta novela. Transcribo a a continuación por su importancia la conversación al respecto que mantiene Ka con Necip, un estudiante islamista que adquirirá mayor relevancia en la última parte de la novela:
“If God doesn’t exist”-dice Necip-"that means heaven does not exist either. And that means the world’s poor, those millions who live in poverty and oppression, will never go to heaven. And if that is so, then how do you explain all the suffering of the poor? What are we here for, and why do we put up with so much unhappiness, if it’s all for nothing?
Para Necip, la existencia de Dios justifica sus tristes vidas. Sin embargo, también podemos afirmar lo contrario por exactamente el mismo motivo. No puede existir un buen Dios en un mundo como el que hoy conocemos.
El autor refleja con lucidez la difícil encrucijada política de los países islámicos que aspiran al desarrollo económico y cultural sin perder su identidad, sin rendirse al mundo frívolo y materialista de las sociedades occidentales. Escrita con anterioridad a los atentados terroristas del 11 de Septiembre, Snow pone en evidencia la preocupante disparidad entre Oriente y Occidente. Con toda seguridad no habrá paz en el mundo mientras los desequilibrios económicos continuen creando una cantera de fanáticos islamistas dispuestos a morir.
No es casualidad que la obra esté concebida con la cabeza de un arquitecto y la minuciosidad de un pintor de miniaturas. Pamuk estudió arquitectura en Estambul y era pintor con anterioridad a su oficio de escritor. En el micromundo de su novela cada palabra cumple una función premeditada. Muchas situaciones serán rememoradas y explicadas posteriormente desde el punto de vista del narrador, en una lección de armonía que encaja con la definición de Aristóteles .
La extraordinaria similitud entre los nombres de Ka y Kars (que en turco significa nieve) sugiere la disolución del protagonista en la ciudad y viceversa, como si ambas entidades se necesitasen la una a la otra para subsistir. La ciudad, en tanto que sólo vive porque el poeta la describe. El poeta, que sólo en Kars despierta a la vida y a las emociones y que vuelve a escribir poemas como si la ciudad se los susurrase.
Los diálogos de Pamuk son tan reveladores como sus silencios:
"Why is everyone in this city commiting suicide? asked Ka.
"It’s not everyone who’s commiting suicide, it’s just girls and women", said Ipek. "The men give themselves to religion, and the women kill themselves."
"Why?"
Ipek no contesta.
La traducción del turco al inglés de Maureen Freely es excelente. En ningún momento se echa en falta la versión original; una prosa sutil, elegante y un ritmo lento pero muy intenso.
La tremenda fuerza de Snow conlleva a ratos una pesada carga para el lector. Sin embargo la literatura contemporánea pocas veces ha escarbado en el alma humana con tanta hondura y precisión.
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